You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

miércoles, 30 de mayo de 2012

Deslocalizaciones y el Efecto Bumerán

Cuando comenzó la globalización del flujo de capitales y del comercio de productos, algunos imaginamos que en Europa seríamos capaces de deslocalizar pronto nuestro sistema de valores (solidaridad, sindicalismo, seguridad social, asistencia sanitaria y educación universales y gratuitos...) a aquellos países que “competían deslealmente” con nosotros por falta de libertades, democracia, derechos sociales. Deslocalizando el Estado del Bienestar a aquellas latitudes desaparecerían las ventajas comerciales de esos otros países, basadas en la explotación, la esclavitud, la desigualdad, la desprotección y la injusticia. Despertarían con nuestro ejemplo los pueblos y los ciudadanos, y los trabajadores exigirían sus derechos de hombres y mujeres y así se podría mantener finalmente un equilibrio de intereses y de intercambio de bienes, productos y servicios.

El neoliberalismo, mientras algunos seguíamos soñando nuestra utopía, optó por deslocalizar sus empresas y fábricas para servirse de las ventajosas condiciones de explotación en esos países del llamado Tercer Mundo y mantener así su “competitividad”, pagando menos por el trabajo allí de lo que deberían pagar, civilizadamente, en Europa.

Después de ir ganando allí aquella batalla, la de “minimizar” costes de producción sirviéndose de mano de obra barata y sin derechos, el neoliberalismo pasó a la fase del Efecto Bumerán con habilidosa maestría. Lo que ellos habían provocado, lo volvieron contra nosotros mismos aquí. Nos dijeron que en un mundo globalizado, si queríamos estar a la altura de la producción de los países emergentes, teníamos que flexibilizar nuestros trabajos y rebajar nuestras expectativas sociales aquí, en Europa.

La lentitud (o inexistencia) de avances democráticos y sociales en China, India, Brasil, Sudáfrica, Rusia, etcétera... nos hizo creer que nunca llegarían. Y entonces en un nuevo retruécano neoliberal, llegaron más allá y ahora nos quieren vender que la supervivencia de la Unión Europea pasa porque im portemos a Europa las condiciones laborales y sociales de aquellos países hundidos en la desigualdad y la miseria. Tenemos que brasilizarnos, como dice Ulrich Beck


Realistas, nos dicen que debemos ser. Pero no querer renunciar a metas ambiciosas como seres humanos no es dejar de ser realistas. Bien realistas son algunas propuestas concretas que llevan años esperando el pundonor de la sociedad. La Tasa Tobim, quince años casi en el cajón de la utopía, cuando es tan factible (véase que ésta es una utopía realista, no una utopía totalizante antiglobalización que postularía la prohibición de los movimientos financieros especulativos internacionales per se). Claro que de algo como la Tasa Tobim deberíamos recordar a Schopenhauer, que dijo: “Toda verdad pasa por tres etapas: primero se la ridiculiza, después genera una violenta oposición y finalmente resulta aceptada como si fuera algo evidente”.

Mientras tanto, el neoliberalismo seguirá intentando convencernos de que sólo hay una salida. Y la hará patente en su reforma laboral para precarizar el trabajo en beneficio de la crisis. Pero claro, el objetivo último de esa visión del trabajo posible en Europa es, una vez más, como en tantas otras cuestiones de la realidad social, crear inseguridad, hacernos vivir en el miedo. El miedo vuelve al hombre sumiso. Si acabamos todos convertidos en menesterosos, suplicantes, consideraremos el trabajo un lujo, cuando es un derecho. Pero así, valiéndose de una infección mundial de miedo, nos querrán transformar a todos en esos viajeros de avión que en el aeropuerto aceptamos humillados las vejaciones que hagan falta para que no nos saquen de la fila de embarque.

De todos modos yo aún sigo confiando en que habrá revoluciones en todas las latitudes. Sigo creyendo que miles de millones de personas que en el mundo viven en la miseria, más acostumbrados a ver morir a sus hijos en la hambruna y por falta de salubridad que a salir a flote, un día reclamarán a sus gobiernos la dignidad que les corresponde como seres humanos, como padres y madres, como trabajadores... Un  día se levantarán para exigir en sus países que la sanidad, las pensiones, la educación y el trabajo son derechos, no mercancías y entonces la globalización será, aquí y allá, un verdadero fenómeno de justicia e igualdad.

1 comentario:

  1. Me sumo a tu deseo, Capitán, como imagino que se adhiere la mayoría de los mortales con cuarto y mitá de conciencia grupal; el Solidario Despertar del Apestado. No obstante, dado el guión de la película, me temo que lo nuestro, por histórica desgracia, no es más que una UTOPÍA de almas misericordes. Todos soñamos con Ítaca a pesar de su lejanía, su pobreza. Pero esta enfermedad neoliberal es virulenta y los individuos somos inmuno deficientes. La ceguera a la que aludía en su obra Saramago es un efecto lateral, colateral y sustantivo. Baste el ejemplo del muchacho que hace cola para obtener su Ipad aún sabiendo de antemano la cadena de explotación que esconde en las entrañas semejante aparato. O el trapito de madam quince veces por debajo del precio de ese otro vestidito original made in Tarrasa. O el modelo reluciente de esas zapatillas cuyo logotipo rebasa en el mercado los cien euros y en el forro de las suelas esconde una impresentable industria demoniaca, o aquel o ese otro y ese otro más, todos ejemplos que atacan a la muchedumbre en el producto interior bruto de su bolsillo mientras pone coto al cerebro del usuario sobre la oscura procedencia del producto. ¿No seremos nosotros, ciegos comensales, los más aférrimos potenciadores del neoliberalismo, comprando como churras y merinas marcas de prestigio sudadas con la piel escarnecida del asalariado esclavo?. Asusta el inmovilismo categórico, el televisivo y vasto silencio de los corderos. "Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorias de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas", fantástica instantanea tomada por el brujo Martin Luther King.

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