You can fool all the people some of the time, and some of the people all the time,
but you cannot fool all the people all the time.
(Abraham Lincoln)

martes, 15 de mayo de 2012

¿Austeridad?, sí, gracias, pero...

No deja de ser sorprendente que haya que volver cuarenta años atrás para reencontrar explicaciones a lo que sucede hoy y avisos de lo que puede suceder mañana.
Fue allá por los años 70 cuando vio la luz el informe del Club de Roma “Los límites del crecimiento”. Y si no fuera suficiente con el diccionario para saber que lo que se contrapone a la austeridad no es el crecimiento sino el derroche, tendremos que recordar lo que entonces se decía.
Creo que fue el economista Kenneth Boulding el que nos mostró que la era de las expectativas ilimitadas había tocado a su fin. La primera crisis del petróleo vino a dejar claro que la llamada “economía del cowboy” abierta, sin límites, capaz de ofrecer un crecimiento infinito (a unos cuantos), había tocado a su fin y que nos adentrábamos en la era de la “economía del astronauta”, concepto más cercano a nosotros, incluso como metáfora: vivimos en un planeta, un astro errante según su etimología griega; esto es en una inmensa cápsula espacial dentro de la cual precisamente tenemos que manejarnos: con recursos limitados, no renovables muchos de ellos, obligados a minimizar nuestros propios residuos y gestionarlos convenientemente. Nadie tira la basura en su propio jardín. Y a escala mundial, nuestro jardín es el planeta Tierra. O sea, la ecuación que se impone desde hace decenios es evitar el despilfarro y la contaminación.
Unos años después de aquel informe se alumbró el concepto de “Desarrollo sostenible”: el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades. (No es de extrañar que fuera una mujer quien definiera tal concepto, la doctora Bruntland, pues ya dice Peter Lawrence que el hecho diferencial de género incorpora al discurso político y social valores como el pensamiento panorámico y la originalidad frente al secular pensamiento obsesivo y competitivo de los hombres; la creatividad y la reflexión frente al reglamentismo, anquilosamiento y agresividad; y los principios de conservación y empatía frente al despilfarro y la insensata confianza absoluta en sí mismo del arquetipo de dirigente masculino).
O sea, a finales del siglo XX, habíamos avanzado en la comprensión del mundo. Ya no hablábamos de crecimiento, sino de desarrollo (algo así como el crecimiento que beneficia a toda la población y eleva su calidad de vida de manera armónica y distribuida, o sea, el crecimiento que provoca prosperidad). Más aún, hablábamos de desarrollo “sostenible”, donde el todo, lo absoluto deja de ser legítimo si no tiene en cuenta las partes, lo relativo del hoy y del mañana, del aquí y el allí. Pues la prosperidad de unos no puede hacerse a costa de la pobreza de los demás. Y en un mundo globalizado en las relaciones económicas y financieras tiene sentido el “efecto mariposa”: lo que sucede en una parte del mundo afecta al resto. Si para mantener los privilegios de unos pocos, de nosotros, el llamado primer mundo, hay que sumir en la miseria a la gran mayoría silenciosa del resto de los países, entonces no estamos en la senda correcta.
En definitiva, me niego a aceptar la actual espuria confrontación entre austeridad y crecimiento. La austeridad debe constituirse en un principio esencial del progresismo contemporáneo de nuevo cuño, ecologista y globalizador en lo distributivo y la justicia. Y no se contrapone al crecimiento sino al derroche. Y tampoco debe querérsenos confundir llamando austeridad a recortes cuyo último objetivo es el desmantelamiento/privatización del Estado del Bienestar.
¿Que hay desequilibrio en las cuentas? Si lo hubiera (luego veremos esto) no puede achacarse al gasto (en verdad inversión, y de futuro, más que gasto) en políticas sociales (sanidad, dependencia, capacidades diferenciadas –discapacidad-, pobreza y exclusión…). Si hacemos números veremos que las decenas de aeropuertos, puertos, autopistas radiales, trenes de alta velocidad construidos desde hace veinte años, son el verdadero derroche que ha provocado el actual desequilibrio (por no hablar del impacto en la Seguridad Social de las prejubilaciones). Pero me refiero exclusivamente ahora a las cuentas públicas, dejando para otra ocasión el debate sobre otros componentes esenciales del actual desequilibrio como la actividad privada centrada en el urbanismo (que para cometer sus desmanes ha contado con un “cooperador necesario”, el sistema financiero inflando artificialmente la burbuja de los precios y los préstamos) o como el derroche privado familiar (somos uno de los países con mayor parque de vehículos de superlujo).
La austeridad es necesaria, y no como algo coyuntural sino estructural. Pero una austeridad aplicada, no recortando las bases del Estado del Bienestar (educación, salud, justicia social), sino en lo superfluo de gastos de infraestructuras innecesarias (muchas de los 255.000 millones de euros del plan de infraestructuras del anterior Gobierno), de armamentos inútiles y absurdos (el tanque Leopard de nuestro Ejército, con un coste de compra de 15 meuros cada uno, dispara a una distancia que no hay campo de tiro en España donde entrenarse con él), de subvenciones millonarias a energías obsoletas y contaminantes (centenares de millones al carbón)...
Vengan, sí, las inversiones inteligentes, de futuro, aquellas que faciliten no tanto el crecimiento como el desarrollo de la sociedad. Y valga un solo ejemplo: organizar un sistema integral de producción energética autóctona que limite nuestra dependencia de los combustibles fósiles. Dependencia a precios que también son un insensato derroche (la factura anual de nuestras importaciones de petróleo supera los 29.400 millones de euros).
Pero si pretendemos ahora volver a anteponer ¡otra vez! a la necesaria austeridad un crecimiento fallido basado en fórmulas que ya han fracasado como macro hoteles en Baleares, o urbanizaciones de golf y playa en Valencia, o estaciones de esquí de nieve artificial en Castilla y León, o en Madrid o Cataluña ese El Dorado de Eurovegas, paradigma de actividad innovadora donde las haya (me refiero a la lavandería: el blanqueo industrial de sábanas de los hoteles y el blanqueo de capitales en las ruletas)... si el becerro de oro del crecimiento a cualquier precio nos impone de nuevo ese modelo para intentar salir de la parálisis, simplemente estaremos abocados a alargar la agonía.
¿Que no salen la cuentas?, decía más arriba. Sí, sí que salen. Como todo presupuesto, ya sea familiar o público, simplemente se trata de elegir dónde ahorrar, dónde gastar y cómo ingresar (ya hablaremos también otra semana del sistema de impuestos en España, donde apenas pagan los asalariados).
Miremos al mundo, a todo el mundo: el crecimiento per se no trae el bienestar; el desarrollo sí. Pero para que sea duradero y justo ha de ser sostenible, lo que implica desarrollar en nuestras sociedades la ética de la frugalidad y desterrar el papanatismo del nuevo rico que cree que cuanto más derrocha y más se pavonea de ello más feliz es.

2 comentarios:

  1. Ya sabía yo que este blog va a dar mucho de sí. Me parece un acierto el planteamiento; también yo creo que la austeridad (y la eficiencia, igualmente opuesta al derroche) debe ser un principio de la nueva socialdemocracia. Al fin y al cabo, es una cuestión de solidaridad, no sólo por el uso responsable de los recursos, sino también porque, una vez atendidas las necesidades impostergables, no parece de recibo que nuestras facturas las paguen los que vienen detrás.

    Sólo añadiría una cosa en eso de los ahorros: también hay que elevar el nivel de exigencia ciudadana en materia de uso de los recursos públicos y de los servicios sociales. Quiero decir, que nada hay más insolidario que el fraude.

    Abrazos.

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  2. Me encanta la breve digresión sobre cómo la mujer mejora el pensamiento político (aunque haya excepciones muy sonadas en la mente de todos).
    Y me gusta el dedo en la llaga del despilfarro.
    Y me gusta el pie adelantado puesto ya en la vía correcta, no del desarrollismo sino del global desarrollo sostenible, contenido y felizmente justo. Y posible.
    Salvo para los especuladores financieros... y sus secuaces políticos.
    Gracias, Jaime.

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